viernes, 28 de agosto de 2009

barranco - lima


Vuelven los colores, por eso esta foto, que no me gusta mucho, de Barranco, lugar con alegría.

lunes, 24 de agosto de 2009

viernes, 21 de agosto de 2009

martes, 18 de agosto de 2009

de vacaciones

La primera edición había salido hacía unos veinte años. La compramos con Juan en una librería en Claromecó, el segundo verano que alquilamos la casilla de la familia de Paulita. Estuve todas las vacaciones leyendo esos cuentos. A veces los leíamos juntos, pero yo nunca quedaba conforme, y volvía a leer cada cuento hasta cansarme. Juan siempre tenía calor y se iba al mar. La marea bajaba hasta que dejaba de formar parte de la costa, se transformaba en otro espacio, lejano. Y Juan se iba caminando despacito hasta ese otro mundo que era la orilla y yo aprovechaba y repasaba cada párrafo por separado, y después los trataba de unir consecutivamente, y si no me dejaba conforme, probaba de unirlos alternándolos: el primer párrafo seguido del tercero , después el segundo , después el cuarto, y así hasta la última palabra. Pero nunca los entendí. Todos los cuentos empezaban tan simples, que tenía la sensación de que antes de leerlos ya los había entendido, pero no. En todos había animales, lo cual en un principio me desconcentraba, me detenía en el modo en que el narrador describía los movimientos, la suavidad o el olor de cada bicho. Pero después pude superar la trampa y comencé a prestarle más atención al pelo del amigo del personaje principal, ahí estaba el conflicto. Pero igual nunca los entendí. A la noche, cuando nos acostábamos trataba de sacar el tema del pelo de Pablo, el amigo del personaje principal, pero Juan decía que Pablo era un boludo. Juan nunca entendió los cuentos. Pablo era la clave, cuando se peinaba, el mundo, era otro.
Las vacaciones ya se habían terminado y yo seguía intentando comprender ese libro que cada vez se me alejaba más. Cuando volvimos de Claromecó ya no buscaba alcanzar el sentido en los cuentos, sino que sentada en el patio, cerca de la puerta, mientras lo miraba a Juan en la huerta- otro mundo, otra orilla- pensaba en el por qué de esa falta de entendimiento. Mi primer y única teoría al respecto se basaba una vez más en el “desfasaje”, los cuentos existían en un tiempo y yo en otro.
En la verdulería, Ángel, el vecino, que notaba el poco entusiasmo con el que le relataba en veinte palabras a Martín las vacaciones y el estado de los morrones de Juan, se acercó y luego de preguntarme cuántos años tenía me dijo: “Cambiá la cara, que vos todavía no naciste”. Mi teoría se confirmaba.

(a propósito del bello escrito sobre el desfasaje del amigo Plomo negro)

estaba nublado


sábado, 15 de agosto de 2009

miércoles, 12 de agosto de 2009

lunes, 10 de agosto de 2009

domingo, 9 de agosto de 2009

qué los cumplas feliz

Me contaron que un día su cumpleaños fue un festejo. Festejar es complicado. Disfrutar del porvenir, de lo incierto, no todos pueden hacerlo, yo no. Si pensamos que un cumpleaños dura entre tres y cuatro horas, siempre ateniéndonos a la cultura argentina que nos moldea, nos damos cuenta de que sea quien sea el que nos construye y destruye, está saliéndose con la suya, nos está quintando lo poco que nos da, el tiempo. Nos hace festejar algo que es triste, algo que cada vez nos vuelve más débiles.

Cuando mis hijos cumplen años mi mujer organiza todo, yo finjo participar haciendo unas hamburguesas, pero miento. Los cumpleaños siempre están lejos de esa masa de color indefinido que es mi cuerpo. Los chicos vienen y me muestran los regalos pero yo solo repito una y otra vez un gesto que inventé allá hace tiempo, un gesto que reemplaza cualquier tipo de respuesta, un gesto que logra mantenerme quieto. Es algo así con la cabeza para arriba, los ojos los entrecierro un poco, como cuando te reís, pero sin sonrisa, más bien de asombro, como quién dice: “¡Mirá vos che!”, pero no digo nada. Mis hijos se conforman, porque siempre tiene más peso el regalo que mi aprobación y eso me alivia.

No soy un renegado, como me decía la vieja, o sí. Elijo algo que nadie comprende, no soy libre, todos los años tengo que estar inventando nuevas estrategias de escape. Ya no sé cuantos años tengo, quizá de esa manera no me muera nunca.

Por todo esto es que no fui a lo de Marcos, que según me dijeron fue una verdadera fiesta, pero él , que conoce mi pensamiento, los recovecos de mi cerebro y lo complejo de mi ser, no se enojó conmigo y supo que guardarme un pedazo de torta sería terrible.

lunahuana

jueves, 6 de agosto de 2009

domingo, 2 de agosto de 2009