martes, 29 de diciembre de 2009
sábado, 26 de diciembre de 2009
lunes, 21 de diciembre de 2009
jueves, 3 de diciembre de 2009
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lunes, 2 de noviembre de 2009
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martes, 15 de septiembre de 2009
miércoles, 9 de septiembre de 2009
viernes, 28 de agosto de 2009
lunes, 24 de agosto de 2009
viernes, 21 de agosto de 2009
martes, 18 de agosto de 2009
de vacaciones
Las vacaciones ya se habían terminado y yo seguía intentando comprender ese libro que cada vez se me alejaba más. Cuando volvimos de Claromecó ya no buscaba alcanzar el sentido en los cuentos, sino que sentada en el patio, cerca de la puerta, mientras lo miraba a Juan en la huerta- otro mundo, otra orilla- pensaba en el por qué de esa falta de entendimiento. Mi primer y única teoría al respecto se basaba una vez más en el “desfasaje”, los cuentos existían en un tiempo y yo en otro.
En la verdulería, Ángel, el vecino, que notaba el poco entusiasmo con el que le relataba en veinte palabras a Martín las vacaciones y el estado de los morrones de Juan, se acercó y luego de preguntarme cuántos años tenía me dijo: “Cambiá la cara, que vos todavía no naciste”. Mi teoría se confirmaba.
(a propósito del bello escrito sobre el desfasaje del amigo Plomo negro)
sábado, 15 de agosto de 2009
miércoles, 12 de agosto de 2009
lunes, 10 de agosto de 2009
domingo, 9 de agosto de 2009
qué los cumplas feliz
Me contaron que un día su cumpleaños fue un festejo. Festejar es complicado. Disfrutar del porvenir, de lo incierto, no todos pueden hacerlo, yo no. Si pensamos que un cumpleaños dura entre tres y cuatro horas, siempre ateniéndonos a la cultura argentina que nos moldea, nos damos cuenta de que sea quien sea el que nos construye y destruye, está saliéndose con la suya, nos está quintando lo poco que nos da, el tiempo. Nos hace festejar algo que es triste, algo que cada vez nos vuelve más débiles.
Cuando mis hijos cumplen años mi mujer organiza todo, yo finjo participar haciendo unas hamburguesas, pero miento. Los cumpleaños siempre están lejos de esa masa de color indefinido que es mi cuerpo. Los chicos vienen y me muestran los regalos pero yo solo repito una y otra vez un gesto que inventé allá hace tiempo, un gesto que reemplaza cualquier tipo de respuesta, un gesto que logra mantenerme quieto. Es algo así con la cabeza para arriba, los ojos los entrecierro un poco, como cuando te reís, pero sin sonrisa, más bien de asombro, como quién dice: “¡Mirá vos che!”, pero no digo nada. Mis hijos se conforman, porque siempre tiene más peso el regalo que mi aprobación y eso me alivia.
No soy un renegado, como me decía la vieja, o sí. Elijo algo que nadie comprende, no soy libre, todos los años tengo que estar inventando nuevas estrategias de escape. Ya no sé cuantos años tengo, quizá de esa manera no me muera nunca.
Por todo esto es que no fui a lo de Marcos, que según me dijeron fue una verdadera fiesta, pero él , que conoce mi pensamiento, los recovecos de mi cerebro y lo complejo de mi ser, no se enojó conmigo y supo que guardarme un pedazo de torta sería terrible.